Caminante, son tus huellas
el camino y nada más;
Caminante, no hay camino,
se hace camino al andar.
Al andar se hace el camino,
y al volver la vista atrás
se ve la senda que nunca
se ha de volver a pisar.
Caminante no hay camino
sino estelas en la mar.           Antonio Machado

 

En el anterior post, El jardín de las flores vivas, comenté la importancia de establecer una meta, un punto de llegada, pero para después continuar inmersos en la reflexión y la acción; siempre de acuerdo con tu esencia personal, en consonancia a tus principios y escala de valores. Bien, pues, en ese trayecto hacia la meta realizamos, ‘pisamos’ nuestro proyecto vital. Te propongo que cuando pises, pises con fuerza, deja huella, pero huella para que los demás te puedan seguir. Lo importante es hacer el trayecto en  buena compañía, aquella que nos hace crecer mútuamente como seres humanos.

Os cuento una pequeña historia: En una de mis salidas por la montaña iba caminando como si me persiguiera el diablo, al pasar a una compañera de ‘viaje’ y casi llenarla de polvo, me dijo: “Oye Vicente, de vez en cuando es bueno parar y mirar hacia atrás”,  yo le respondí: “Es verdad, siempre es agradable ver el paisaje”, me respondió: “No, siempre vale la pena ver a quién te dejas atrás”.

Cuando emprendo un camino en mi vida siempre tengo en cuenta unas reglas básicas, que a mi me funcionan bastante bien:

  1. Siempre sé donde quiero llegar. Sé mi meta.
  2. No me dejo llevar por las prisas y precipitaciones.
  3. Pido que me acompañen buenas compañías. Claro, si me dejan.
  4. Disfruto del camino. Me estremezco con cada una de las experiencias, las mejores siempre son las más sencillas.
  5. Dejo huella, abro mi corazón y mi alma. De una manera automática los demás abren sus corazones y sus almas.
  6. Y como no, sonrió y acepto las dificultades de toda caminata. Al fin y al cabo un viaje nunca ha estado exento de peligros.

¡Disfruta de las experiencias y sé feliz! Ah, por cierto ¡No te olvides de la huella!